Al anochecer ellas bailaban entre el color de las sombras y el olor a pescado, el aire salado se emborrachaba de cerveza, la gente danzaba al ritmo de las luces y del viento. Ellas se movían, ajenas a todo aquello, movidas por el impulso de vivir cada instante.
A la mañana siguiente el sol había decidido no aparecer, la lluvia amenazaba con su presencia y las gaviotas volaban sobre ellas, enganchadas en el cielo con un vuelo estático.
Salpicadas de arena las niñas gritaban felices, saltaban en las olas, capturaban momentos, reían y pensaban, en alguien lejano, con un aire de nostalgia dentro de esa alegría repentina, esa alegría que hace mucho tiempo no sentían
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