Te busco en
el silencio,
en las
tardes de mi infancia,
en tus
zapatos vacíos
y en la
tristeza de mi alma.
Te busco en
el trozo de poesía que olvidé
y en el que
todavía recuerdo,
en el
periódico dominical
y en un dieciocho de febrero.
Te busco en
el mar,
también en
la arena,
en mis
libros de anatomía,
y en tu cama
vacía.
Te busco
desesperadamente en esa luna lunera,
en las
canciones de tu juventud,
en el olor
de las medicinas
y en el
trazo de tu letra.
Te busco en
tu escritorio,
en la silla
enorme que ya nadie ocupa,
en una
palabra en francés
y en mis
oraciones nocturnas.
Te busco en
los gestos de mi padre,
en los ojos
de mi abuela y su mirada perdida,
en mis pasos
veloces
y en los
años lentos que borran tu risa.
Te busco en
otros abuelos y en sus memorias,
en libros de
cuentos para ir a dormir
y sólo
encuentro susurros lejanos
de cientos
de historias que no habrán de venir.
Te busco, te
busco y no te encuentro,
en el cielo
de octubre con su noche estrellada,
en el aroma
dulce de un blanco jazmín,
en la
melancolía de las tardes lluviosas
y en ese
universo inventado por ti.
Podría
buscarte toda la vida,
sentir que
existes, etéreo,
creer que
eres un soplo de nostalgia,
un camino,
un anhelo
y pensar que
no te extraño,
aunque sepa
que no es cierto.